Este libro no consiste en una apología del fraude (¡hemos leído tantas apologías!), no se trata de avalar el engaño, la libertad violada, la ilusión deshecha y aterrizar en un relativismo inconsistente, sino de resignificar el término y la práctica del fraude, más allá de su valor moral. Otrora, el fraude quedaba del lado del engaño, la mentira, la ocultación o la copia en un mundo en el que lo que valía era la verdad, la transparencia y la autenticidad. Ahora sospechamos que detrás del juego de la mostración y del encubrimiento sólo existen fantasmas. Como sea, ese mundo dicotómico desapareció.